Bomba de hielo

No podía, simplemente no podía soportar aquella especie de levita que le había comprado su madre aquellas vacaciones. Había tenido casi que rogarle que le dejara elegir la túnica, ya que ella quería comprarle una de lo más horrible, sosa, y común. Había escogido un modelo de color granate, con una levita negra - a petición de su madre - y zapatos a conjunto. No le gustaba nada ir tan formal, así que se alborotó el pelo con gomina. Se miró al espejo de nuevo y se sacudió una pelusa del hombro mientras sonreía. Estaba perfecto para una noche perfecta. Se había puesto la pulsera que le habían enviado por lechuza y esperaba que lo emparejaran con una chica guapa, simpática y con buenas curvas... aunque eso no era lo más importante. De hecho, tenía muchas ganas de ver a una chica en especial, alguien en quien no había dejado de pensar desde su encuentro en los baños. Definitivamente tenía que pasar a recogerla algún día de imprevisto y escaparse a la Casa de los Gritos por el pasadizo que lo conectaba con el sauce boxeador.

Salió de la sala común con sus amigos y una botella de algo que parecía inofensivo en el bolsillo del pantalón. Todo el mundo iba engalanado acorde con su estilo, aunque los estudiantes de las otras escuelas llevaban túnicas muy parecidas. Las chicas de Beauxbatons llevaban túnicas con colores pálidos, de color azul claro o blanco, mientras que los chicos de Durmstrang llevaban el mismo uniforme de color rojo sangre.

Bajó las escaleras del vestíbulo con las manos en los bolsillos y sonriendo a la gente que se encontraba mientras buscaba con la mirada a la chica que pensaba llevar adentro. A lo lejos divisó al grupo de amigos de su prima, aunque ella todavía no estaba con ellos. Tenía entendido que había pasado las navidades con West, y por último se les había sumado el cretino Rey Lombriz. En cuanto se enteró empezó a romper cosas mientras gritaba a su prima que tendría que haberlo avisado cuanto antes. Quizá se hubiera pasado con ella, pero la situación lo requería...

El ambiente por conocer a los campeones era imperante, ojalá saliera alguien de Gryffindor, pensaba, siempre eran los mejores para este tipo de cosas. Volvió a mirar a su alrededor, hasta que finalmente dio con ella a unos cuantos metros de donde se encontraba.

No supo exactamente cuánto le llevó llegar, pero cuando Mia Herondale cruzó las puertas del Gran Comedor, se arrepintió inmediatamente de haber ido. No tendría que haber ido, ¿para qué? Ella era una chica fiestera, nunca se perdía ni una clandestina ni una real, aunque en el primer tipo actuaba de una manera completamente distinta a cómo actuaba en el segundo tipo. Normalmente las clandestinas involucraban mucho licor y chicos, mientras que las segundas involucraban a su familia… a su bella y comprensiva familia. Cuánto los odiaba en ese instante, en todo momento.

Sus vacaciones habían sido las peores que ella había tenido en mucho tiempo. No se refería desde que entró a Hogwarts, sino literalmente, los diecisiete años que tenía en la familia Herondale. Sus padres por fin había develado el nombre de su prometido, con la intención de ver su reacción, además de que “preferían tratar un tema tan importante frente a frente y no con una lechuza”. Mia ya estaba enterada de la situación desde octubre, pero no fue hasta la reunión en su casa que se dio cuenta lo aterrada. Nunca jamás se había visto a si misma casada, con un muchacho a su lado que apenas conocía y todo gracias a un matrimonio que sus propios padres habían arreglado para ella. ¡Era el siglo XXI, joder! ¿Quién en su sano juicio seguía las tradiciones arcaicas de los padres en vender a sus hijos como ganado en el puto siglo XXI? Sorprendentemente, en plena reunión Mia se quitó su máscara de niña buena y obediente y presa de la rabia, le gritó todas las verdades a su padre. Todavía recordaba su expresión: primero la sorpresa, como si su hija se hubiera convertido en un gusano gigante de un segundo a otro, luego la impresión, después el silencio, la rabia y finalmente la decepción.

Después de una acalorada pelea, Mia al final perdió la discusión y a pesar de que se había dejado a sí misma al descubierto, adoptó una opinión pasiva respecto a su casamiento. Eso dejó contento su padre todas las vacaciones, aunque el señor Herondale no tenía ni idea de lo que cruzaba por la mente de su hija ni ahora. Bueno, nunca lo supo, francamente. Lo único en lo que no estaba determinada era respectivo a su propio prometido. Porque le dijeron el nombre hubo un minisegundo en que se tranquilizó y el aliento le volvió al pecho… saber que era James Cook y no cualquier otro chico –debía admitirlo- era una ventaja con la que debía contar. Desde su encuentro en los baños, lo había encontrado muy interesante y aunque ni por todo el oro del mundo se iba a casar con él, la verdad era que no era tan malo. James era atractivo, divertido y cautivante… sólo que no tanto para apellidarse Cook.

Llegó al baile con el ceño fruncido pero sin ser capaz de dar media vuelta y devolverse a su nido de serpientes. Había asistido básicamente porque tenía que hablar con Cook y porque tenías unas ganas irrefrenables de emborracharse y olvidarlo todo, pero al entrar, no se sintió preparada para nada. Saludó a un par de personas con las que se encontró y charló un rato con Finn Burnham. De hecho, estaba a punto de salir del Salón cuando alguien la interceptó. “Ay, no, no tú precisamente”

Sin embargo, el levantar una ceja y mirarlo entre divertida y seductora ya se le estaba haciendo manía con Cook. Por lo que no pudo evitarlo hacerlo y saludó — Cook —lo miró de arriba abajo y dijo —, el traje te sienta muy bien.

- Lo sé, pero mejor evitamos lo obvio... - dijo con una media sonrisa - Por otra parte, tú tampoco estás nada mal, dear.

No es que estuviera nada mal, sino que estaba realmente hermosa. Normalmente era la actitud de Mia lo que le llamaba la atención, aunque obviamente la encontraba muy atractiva, pero aquella vez podría habérsela quedado mirando toda la noche. Aunque no iba a decírselo, evidentemente. Miró hacia abajo para dirigir su atención a la botella que tenía en el bolsillo, pero entonces vio como la pulsera se había vuelto dorada, tal y como se suponía que debía ponerse cuando encontrabas a tu pareja del baile.

- Vaya, vaya ¿qué te parece? - dijo agitando la muñeca con la pulsera delante de su rostro - El destino ya te está pidiendo que me des una cita en condiciones, no como esas tan aburridas en las que te espío mientras te duchas.

Soltó una sonora carcajada y retrocedió unos pasos por si ella quería golpearlo o algo por el estilo. Claro que no lo había hecho, pero le encantaba ver las diferentes reacciones de la chica. Todavía no estaba muy seguro sobre si con ella podría bromear sobre casi todos los temas, y es que alguien que fuera perfecto para él debería ser más o menos así. Tampoco quería que le riera todas las gracias... la cuestión era que Mia, aunque hubiera seguido hablando con ella, todavía era un misterio para él. Se fijó en que anunciarían a los ganadores en breves, por lo que fue a sentarse en una de las filas de bancos enroscando su brazo con el de Mia, como si fueran pareja. Cuando todo se volvió silencio y atención para el cáliz, se inclinó hacia su derecha, donde estaba Mia para susurrarle algo al oído.

- Como salga Regal te juro que me levanto e impugno todo esto.

Rió y colocó una de sus manos sobre una de las de ella, ya que sabía que ella también se había postulado. Lo cierto era que no pensaba que una serpiente pudiera representar muy bien el espíritu de Hogwarts, pero se quedaría realmente tranquilo si salía Mia. El papel voló hasta las manos del director y este anunció que la elegida había sido Ariadna Lichtenwald. Aplaudió con los de su colegio, pero brevemente, ya que no quería deprimir a la chica que tenía al lado, a la que dio un codazo amistoso.

- Eres demasiado buena para la gloria y todo eso... Ese cáliz se ha debido de volver majara ¿quieres que me levante y arme escándalo? - bromeó - Puedo hacer que se vuelva hacer la selección, ya sabes.

Le guiñó un ojo y esperó a que los ganadores iniciaran el baile. Cuando todos los estaban mirando, comprobó que nadie les prestaba atención le dio unos golpecitos a Mia en el hombro y le indicó que lo siguiera. Se acercó a una de las mesas con poncheras y sacó la botella de su bolsillo y volvió a levantar la mirada hasta la chica.

- Qué, Herondale, ¿te apetece ser un poco traviesa esta noche?